Rafael
No están estas líneas destinadas a ensalzar la faceta profesional del arquitecto Rafael Leoz, ya se ocuparon de hacerlo arquitectos de tan reconocido prestigio mundial como Le Corbusier y Jean Prouvé, entre otros muchos.
Me gustaría resaltar algunos aspectos de su personalidad que son tanto o más resaltables que sus capacidades profesionales.
En efecto, su calidad humana, su concepción humanística del mundo, su vasta cultura, así como su inmensa generosidad y su sentido del humor, fueron una constante durante toda su breve pero intensa vida.
Cabe destacar la evidente condición de humanista de Rafael, interesado en y conocedor de casi todas las disciplinas del saber, desde el arte hasta las matemáticas, hasta el punto en que alguien en alguna ocasión lo calificó como “el último renacentista”.
Otro de los rasgos de su personalidad, era su capacidad de escuchar para luego dialogar. Siempre mantenía, a pesar de la diferencia de preparación académica, y en mi caso de edad, una actitud humilde. Notabas que escuchaba, entendía, y luego, con una gran sencillez no exenta, la autoridad opinaba, y lo que es más importante… enseñaba.
Era muy llamativo en él su enorme generosidad, así como su profundo desinterés por el dinero. A veces daba lo que no tenía o si lo tenía, lo podía necesitar. Esa característica que, en ocasiones, no pocas, le supuso problemas no solo a él, sino a su entorno familiar, era una clara evidencia de su profundo respeto y preocupación por los demás, a los que estaba siempre dispuesto a ayudar.
Esto no quiere decir que fuese una persona austera, todo lo contrario. “Me gustaría vivir como vivo, pero pudiendo”. Su concepción social de la arquitectura es un fiel reflejo de esta constante preocupación por la gente. En definitiva, una visión solidaria de la vida.
No sería totalmente descriptiva esta breve reseña, sin hacer referencia al gran sentido del humor de Rafael, la risa era una constante en su cotidiano, incluso en las épocas más difíciles. Las interpretaciones absurdas y surrealistas, a veces, de su entorno, provocaban la risa de todos los que le rodeaban.
Por último, no quiero acabar estas líneas sin hacer referencia a su compañera, la ayuda que en todo momento tuvo, y que, sin su presencia, quizás, Rafael no hubiese sido lo que fue su mujer, Carmina Ayuso.
Fernando Bedoya Ayuso.
A finales de los años sesenta y principio de los setenta del siglo pasado, tuve la fortuna de tener un trato muy cercano y frecuente con mi tío Rafael Leoz. Su personalidad expansiva, generosa, arrolladora y comunicativa me atrajo siempre. Era una persona afable, simpática, llena de un humor fino e irónico y muy inteligente. Poseía, además, una gran memoria y un bagaje intelectual considerable. Mientras trabajaba en su estudio, me hablaba de diversos temas, pintura, escultura, música, historia y ciencia de una forma natural y profunda. Era como un encantador de serpientes, que te envolvía con su discurso y hacía que el tiempo pasara volando, siempre con su pipa en la boca. No era para nada una persona estirada. Poseía la humildad de las personas sabias. Recuerdo su sonrisa y su espíritu luchador, sobreponiéndose a todas las dificultades que se le presentaron en su vida, que no fueron pocas. A lo largo de todos estos años, desde su fallecimiento en el año 1976, no he dejado de recordarlo con cariño y admiración. Me satisface y alegra mucho poder contribuir con estas líneas a su memoria.
Gustavo Leoz Macías.